ENTREVISTA A MARCOS YAURI MONTERO
MARCOS YAURI MONTERO: «EUROPA AÚN NOS VE BAJO UNA MIRADA EXÓTICA Y REDUCCIONISTA, COMO SI FUÉRAMOS BÁRBAROS. POR ESO, CUANDO ESCRIBÍ EN OTOÑO, DESPUÉS DE MIL AÑOS, MI INTENCIÓN FUE IR MÁS ALLÁ DE ESA MIRADA Y ABARCAR TODA LA COMPLEJIDAD DE NUESTRA HISTORIA, DESDE LO PREHISPÁNICO HASTA LO CONTEMPORÁNEO, SIN FRAGMENTACIONES FORZADAS»

Anthony Valdivia: ¿Podría comentarnos cuáles fueron los
libros que marcaron el inicio de su vocación literaria?
Marcos Yauri: Nací en 1930 y actualmente tengo 94 años. Eso significa que
mi vida abarca prácticamente todo el siglo XX. En mi tierra natal, por aquellos
años, las librerías ofrecían principalmente literatura europea, novelas y
poesía, pero muy poco o nada de autores locales. Mi formación literaria se
nutrió entonces de escritores europeos como Dostoievski, Alejandro Dumas, Víctor
Hugo, Charles Dickens, entre otros. Fue a través de esas lecturas que descubrí
mi vocación por la escritura.
Por otro lado, mi ciudad, Huarás —dentro
del panorama andino— ha sido muy distinta de otras ciudades de la región. Era
un verdadero emporio, un punto de encuentro donde confluyeron diversos aportes
europeos, especialmente por la llegada de muchos migrantes del este de Europa.
Había judíos, checos, croatas, españoles, portugueses. La razón exacta de esta
migración no se conoce con certeza, y hasta el día de hoy no ha sido
suficientemente investigada.
Santiago López, por ejemplo, ha
señalado que en mi novela María Colón (1980) se da una fusión entre campo y
ciudad, donde aparecen campesinos con ojos azules y barba blanca. Esto rompe de
manera radical con la visión tradicional del indigenismo de los años veinte.
Incluso el neoindigenismo de los años sesenta y hasta cierta visión de la
andinidad actual sigue pensando que el mundo andino ha sido exclusivamente
indígena, lo cual, históricamente, no es cierto. Muchos críticos pasan por alto
lo que Antonio Cornejo Polar afirmó con total claridad: «el mundo andino es
heterogéneo y conflictivo». Para mí, nunca existió una barrera entre el campo y
la ciudad. Transitaba por ambos mundos como si fueran parte de una sola casa.
Hablo tanto quechua como castellano, y el aprendizaje del castellano nunca
representó una dificultad para mí.
Anthony Valdivia: Eso es precisamente
lo que observo en su obra narrativa. Hay una evolución muy clara desde Piedra y nieve hasta La sal amarga de la tierra. Siento que
sus novelas se agrupan en ciclos que van transformándose progresivamente, hasta
llegar a obras como María Colón, Mañana volveré, entre otras publicadas
en los años 80. Lo que me llama la atención es que en toda su producción se
insiste en borrar las dicotomías tradicionales: no hay un límite rígido entre
ciudad y campo, entre lo andino y lo occidental.
Marcos Yauri: Sí, y te comento que Piedra
y nieve (1961) refleja una violencia inventada. Yo no viví violencia en mi
tierra, pero era lo que se esperaba literariamente en ese momento. El maestro
Estuardo Núñez señaló que esa novela representa un tipo de «popularismo»; así
lo escribe en su libro sobre literatura contemporánea. Esa crítica, que fue
bastante severa, me hizo replantear mi enfoque. Entonces decidí centrarme en la
realidad que conocía, y así nació La sal
amarga de la tierra (1968).
Esa novela, de hecho, fue la primera en el Perú que mostró un verdadero
entrelazamiento entre el mundo rural y el urbano, algo que el escritor Francisco
Carrillo destaca en el prólogo del libro.
Según críticos como Santiago López y
Jorge Terán, fui el primer autor en abrir un nuevo surco narrativo que
entrelaza ciudad y campo de manera orgánica. Sin embargo, esa contribución ha
sido invisibilizada por la crítica, quizá por el simple hecho de que soy de
Huarás. Eso siempre me molestó, porque yo nunca fui indigenista, y para mí no
existen esas distinciones rígidas: todo forma parte de una misma realidad.
Anthony Valdivia: ¿De qué manera ha influido la migración en
su vida y en su literatura?
Marcos Yauri: Estudié en la Universidad de Trujillo, y eso me permitió
conocer todo el norte del país. La universidad trujillana, en ese entonces,
estaba llena de estudiantes provenientes de distintas regiones del norte
peruano; incluso había estudiantes de Huancayo. Me relacioné con muchos de
ellos, porque siempre fui muy sociable y teníamos afinidades.
Después empecé a conocer el sur. Estuve
tres veces en Ayacucho y una vez en Arequipa. Y en ese recorrido me di cuenta
de algo fundamental: el Perú es uno solo. Quienes han fragmentado la identidad
del país han sido los indigenistas, y esa visión reduccionista aún persiste
entre algunos escritores actuales y muchos profesores. Se niegan a reconocer
que el mundo andino es profundamente heterogéneo y, además, occidentalizado.
Eso es lo que la literatura contemporánea y la crítica deberían observar con
mayor atención y, sobre todo, corregir.
Anthony Valdivia: A mí me interesa
mucho cómo en su narrativa se da una reconfiguración profunda del mundo andino.
Usted rompe con moldes que aún hoy persisten, como esa visión esencialista que
presenta al mundo andino como un espacio puro y exclusivamente indígena.
Marcos Yauri: Sí, y eso lo he podido observar incluso en espacios
académicos. En San Marcos, por ejemplo, hay estudiantes y profesores que
adoptan posturas fundamentalistas, centradas únicamente en lo indígena. Pero el
mundo, hoy en día, es uno solo: vivimos en un contexto de modernización y
globalización que atraviesa todas las culturas.
Por eso creo que, para entender
verdaderamente el mundo andino contemporáneo, sería necesario un estudio
comparativo profundo entre Arguedas y Vargas Llosa. Solo así podríamos empezar
a comprender la complejidad y la diversidad de nuestras realidades.
Anthony Valdivia: A lo largo del trabajo narrativo que ha
realizado en sus novelas, ¿hay escritores peruanos que considere como grandes
inspiradores? Y en ese sentido, ¿qué representan para usted las figuras de
Mario Vargas Llosa y José María Arguedas?
Marcos Yauri: Según mis propias reflexiones, el Perú moderno sólo puede
entenderse verdaderamente a través de dos escritores fundamentales, porque
muchos otros carecen de una visión coherente y están, en gran medida, alejados
de la realidad del país. Arguedas representa el mundo andino con toda su
complejidad, su carga emocional y su riqueza cultural. En cambio, Mario Vargas
Llosa representa al Perú en su totalidad.
Si pensamos, por ejemplo, en La ciudad y los perros (1963), el universo cerrado del
colegio militar Leoncio Prado es en realidad una metáfora del país entero. San
Marcos, en su narrativa, no es solo una universidad, sino un microcosmos donde
confluyen todas las ciudades y regiones del Perú. En ese sentido, Vargas Llosa
retrata el entramado nacional desde una mirada amplia, mientras que Arguedas
profundiza en las raíces del mundo andino. Ambos, desde sus diferencias, nos
ofrecen una visión complementaria del país. Para Arguedas, en cambio, el mundo
se reduce casi exclusivamente al ámbito andino, y yo no comparto esa visión. No
creo, por ejemplo, que en el sur del Perú vivan únicamente indígenas; eso me
parece una idea completamente absurda. Por eso sostengo que, si se quiere
comprender al Perú en su complejidad, solo hay dos escritores que merecen un
estudio profundo: José María Arguedas y Mario Vargas Llosa.
Arguedas es un autor profundamente
andino, pero también tradicionalista y conservador. En el fondo de sus novelas
hay una fuerte nostalgia por un pasado que ya no existe, un mundo que está
muerto. Por otro lado, Vargas Llosa ofrece una mirada mucho más amplia: aborda
los tres grandes espacios del Perú que son la costa, la sierra y la selva, como
se puede ver en La casa verde (1967). Además, critica con claridad
el indigenismo que promovía Arguedas, al que considera anticuado, porque detrás
de su discurso hay un deseo de retorno al incaismo, algo que también ha
repetido el escritor Óscar Colchado. Para mí, esa postura cierra las puertas al
Perú del futuro.
Hoy en día, la mayoría de personas
en las zonas andinas no desea hablar quechua, y en muchas escuelas los propios
padres piden a los profesores que no enseñen a sus hijos en esa lengua. En ese
sentido, el Ministerio de Educación sigue profundamente atrasado, promoviendo
políticas que no se ajustan a la realidad actual. Incluso el autor argentino
Veiravé, en su manual de literatura latinoamericana, sostiene que lo andino no
reconoce fronteras nacionales: comienza en Ecuador, atraviesa Perú, sigue por
Chile y llega hasta Argentina. Para él, lo andino es un continuo cultural y
lingüístico. Sin embargo, dentro de esa amplitud, es Vargas Llosa quien logra
construir una visión totalizadora del Perú. Lamentablemente, en lugar de
reconocer ese aporte, muchos lo han calumniado, lo cual me parece injusto.
Por eso, no se trata de decir que
Arguedas o Vargas Llosa son superiores. Ambos son grandes pilares de la cultura
peruana y de nuestra literatura. Y, si realmente queremos comprender al Perú en
toda su complejidad, hay que estudiar únicamente a ellos, porque los demás
escritores han terminado siendo, en su mayoría, imitadores. Un ejemplo claro es
Óscar Colchado, quien intentó escribir una literatura bilingüe, en español y en
quechua, pero no logró consolidar una propuesta sólida, porque la literatura
quechua no tiene lectores suficientes. Esa es la realidad. Yo mismo he conocido
lingüistas que no leen literatura, y sin lectura no hay diálogo con el país.
Esos especialistas, en lugar de acercarse a la realidad peruana, han terminado
completamente desplazados de ella.
Anthony Valdivia: Al leer En otoño, después de mil años, percibí un interés profundo por
abordar lo prehispánico, lo colonial y lo contemporáneo. ¿Qué referencias tuvo
al momento de escribir esa novela? ¿Cómo fue su proceso de creación?
Marcos Yauri: En primer lugar, yo no divido al Perú por regiones. Para
mí, el país es uno solo, sólido y continuo. Quienes han generado divisiones han
sido muchos escritores, que insisten en fragmentar nuestra identidad. Hoy en
día, los académicos peruanos, sin importar la universidad en la que estén,
aprovechan su posición en la cátedra para promover únicamente una visión
andina, pero desde una perspectiva puramente indigenista.
Esa postura, en lugar de abrir el
camino hacia una comprensión más compleja del Perú, lo que hace es cerrarle las
puertas al futuro. Yo he conversado sobre esto con Jorge Terán, quien también
sostiene que muchos escritores y críticos peruanos siguen aferrándose al tema
quechua, no porque sea lo único valioso, sino porque temen quedarse sin
discurso. Si ese tema se agotara, perderían el sustento para sus novelas,
conferencias y giras internacionales. Recuerdo, incluso, que un profesor me
confesó que, si no hablaba de Arguedas, no lo invitaban a congresos en el
extranjero. Eso demuestra que, lamentablemente, Europa aún nos ve bajo una
mirada exótica y reduccionista, como si fuéramos bárbaros. Por eso, cuando
escribí En otoño, después de mil años (1974), mi intención fue ir más allá
de esa mirada y abarcar toda la complejidad de nuestra historia, desde lo
prehispánico hasta lo contemporáneo, sin fragmentaciones forzadas.
Eso es justamente lo que yo he
venido observando durante años, y créame que me gustaría escribir un tratado
completo sobre este tema. Lamentablemente, el tiempo me gana. Tengo 94 años y
he sobrepasado la edad de muchos autores que ya han partido. Sin embargo, sigo
escribiendo. A pesar del tiempo, no he dejado de trabajar: tengo tres novelas
inéditas, un poemario también inédito y un tratado de cultura popular andina
compuesto por siete ensayos.
Anthony: Si su libro En
otoño, después de mil años fuera reeditado hoy, ¿cómo cree que sería
recibido por los lectores? ¿Cuánto cree que ha cambiado la realidad nacional
desde que ganó el premio Casa de las Américas hasta ahora?
Marcos: Yo creo que esta novela puede resistir el paso del tiempo. De hecho, un crítico la
llegó a comparar con el estilo de Cortázar y de Arguedas, y eso abre un
horizonte distinto, que, lamentablemente, ningún otro crítico ha querido
explorar, quizás por egoísmo o por ese impulso tan común de aplastar al mundo
andino.
Considero que el Perú debería tener
como una de sus metas fundamentales enseñar a hablar y escribir correctamente el
castellano. Hay muchos profesores universitarios que no dominan bien el idioma,
y muchos estudiantes tampoco saben expresarse adecuadamente. Cuando yo enseñaba
literatura peruana, tenía alumnos con serias dificultades para comprender un
texto. Y los responsables de esto son el Estado, los colegios y las
universidades. Creen que están construyendo el futuro del país, pero en
realidad lo están retrasando. Además, es evidente que el mundo andino ya no es
el mismo. Está cambiando. Hoy hay generales, médicos, ministros y hasta
presidentes andinos. El Perú ha cambiado profundamente desde los años sesenta y
es hora de que nuestra mirada crítica, educativa y literaria se ponga al día
con esa realidad
Anthony: Algo que me pareció muy interesante en sus obras En otoño, después de mil años y María Colón es que usted crea espacios
imaginarios, algo que también hicieron escritores como Faulkner, Onetti o
García Márquez.
Marcos: Es que un novelista que no construye ficción deja de ser
novelista. La ficción es el sostén de toda obra de arte. Si no hay ficción, por
más que el texto diga la verdad, no será una obra de arte, y el lector no la va
a leer. Cien años de soledad, por
ejemplo, es pura ficción, pero construida sobre bases reales. Lo mismo ocurre
con la obra de Alejo Carpentier, que se nutre de las fuentes mestizas, modernas
y coloniales de América Latina. Por eso logró conectarse con el público. Gabriel
García Márquez no habría triunfado si no hubiera escrito Cien años de soledad; para mí, esa es su única gran novela. Cuando
escribió El amor en los tiempos del
cólera, ya había perdido esa potencia inicial. Incluso cuando recibió el
Nobel, fue vestido de guajiro, lo cual fue también una forma de reforzar ante
Europa la idea de que seguimos siendo «buenos salvajes». Pero el ser humano no
vale por la vestimenta, sino por lo que es, por su pensamiento y su obra.
En América Latina, los socialismos
del siglo XX han fracasado porque desembocaron en los peores totalitarismos y
crisis humanitarias. Hoy debemos repensar todo esto. Ni Maduro ni Nicaragua ni
las ideas de Mariátegui son viables en el presente. Mariátegui expresó ideas
válidas en su tiempo, pero el Perú ha cambiado. Él mismo dijo que cuando el
indigenista aprenda a escribir, surgirá una literatura indígena genuina. Sin
embargo, los que han aprendido a leer y escribir han llegado a ser
congresistas, médicos, catedráticos, economistas, hasta presidentes y no han
producido literatura indígena. Por eso necesitamos aprender a pensar y escribir
de otro modo.
Anthony: En sus últimas obras, ¿cuáles son las temáticas que ha
abordado? ¿Siente que ya ha dicho todo lo que tenía que decir?
Marcos: En dos de mis novelas más recientes he abordado el Perú
actual, el de este año, como si regresara desde el pasado para entender el
presente. He observado que Trujillo, por ejemplo, tuvo líderes importantes,
pero fueron derrotados durante el gobierno de Belaunde. Luego apareció
Fujimori, quien abrió el camino para la llegada de Toledo, una figura que, en
su momento, representó una esperanza para el país. Sin embargo, Toledo terminó
degradando la figura del indígena, y los presidentes andinos que lo sucedieron
han seguido esa misma ruta equivocada.
Hoy en día, el Perú está
profundamente decepcionado, y reina una especie de locura colectiva. En quechua
existe una palabra muy significativa: pichumiento,
que se refiere a algo revuelto, confuso, inentendible, que desemboca en crisis.
Y eso es exactamente lo que estamos viviendo. Me recuerda a lo que experimentó
Felipe Guamán Poma de Ayala cuando llegó a Lima y vio ese pichumiento que para él era el
mundo al revés: lo dejó perplejo. Es
esa misma sensación de caos y desorden
que intento retratar en mis novelas recientes.
Anthony: Algo importante que ha mencionado hasta ahora es su
labor como docente en universidades, y que ha ahondado en la ensayística. Sobre
todo, se ha interesado en los relatos orales.
Marcos: Así es. Cuando estuve en la Universidad Ricardo Palma,
llegué a escribir para casi todas las revistas que se publicaban allí,
alrededor de cuarenta o cincuenta ensayos. También publiqué otros trabajos en
la Universidad Santiago Antúnez de Mayolo. Además, en mi juventud, cuando tenía
treinta años, escribí un libro titulado Rebelión
de la juventud, que recopila artículos que salieron en un diario de mi
tierra natal llamado El Departamento.
Ese libro apareció en 1971 y en él abordé temas como el de París del 68, el
movimiento beatnik, beat generation el
surgimiento del movimiento hippie y las revueltas culturales en Europa
incluyendo Inglaterra donde surgió Los
hijos del desorden cuyos puntales fueron Doris Lessing y John Osborne. La Lessing más tarde ganó el Premio Nobel, y yo incluí esas
referencias porque la juventud, en ese entonces, buscaba un cambio universal,
un rechazo a la vida burguesa, capitalista y cómoda.
Cuando se publicó el libro, el
editor llamado Washington Gonzales, quien inicialmente había difundido los
artículos en el diario me confesó que su editorial estaba en quiebra, pero que Rebelión de la juventud fue lo que lo
salvó. Años después, cuando salió mi novela La
sal amarga de la tierra, con prólogo de Francisco Carrillo, tuvo una
edición de diez mil ejemplares. Yo mismo quise comprar un ejemplar para mi
archivo, pero no encontré ninguno y pensé que los habían retirado del mercado.
Sin embargo, años más tarde, al volver a mi tierra para vender personalmente
mis libros, me encontré con un ancashino, alguien que no conocía pero que
probablemente me había leído y se me acercó. Me preguntó mi nombre y, cuando se
lo dije, me agradeció profundamente: me dijo que mi novela lo había salvado de
una vida triste.
A partir de ese momento, decidí
investigar qué había pasado con la edición y descubrí que los diez mil
ejemplares se habían vendido todos en Áncash. Esta anécdota la he contado solo
a unas pocas personas, pero, lamentablemente, muchos la han pasado por alto.
Ahora te la estoy contando a ti.
Anthony: De hecho, estoy entrevistando a muchos autores, y
mi idea es que, cuando haya reunido suficientes voces de autores regionales con
gran prestigio, pueda publicar esas entrevistas en un libro. Mi objetivo es que
se conozca la vida y obra de estos escritores, para que se pueda valorar lo que
realmente debe leerse.
Marcos: Si tus amigos arequipeños están interesados, yo estoy a su
disposición para conversar, porque ellos representan a la gente del futuro. El
verdadero capital que tenemos es la juventud. Por ejemplo, tú eres el capital cultural del Perú del futuro. Si
los jóvenes del Perú entero comprendieran esto, hoy estaríamos construyendo el
nuevo Perú que necesitamos. Un saludo para tu generación.
*Marcos Yauri Montero (Huarás, 1930)
es
novelista, poeta, ensayista y un recopilador de la tradición oral de su región.
Siguió estudios universitarios en el Universidad Nacional de Trujillo y formó
el grupo literario Piedra y Nieve. Como poeta, ha publicado libros de poesía en
la década de los 60, siendo merecedor de diversos galardones literarios; y como
novelista es uno de los pocos autores peruanos que han obtenido el premio Casa
de las América en Cuba por su obra En otoño, después de mil años (1974).
Ha sido, además, catedrático en la Universidad Ricardo Palma.
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