ENTREVISTA A GUSTAVO PINO
ENTREVISTA A GUSTAVO PINO: “CREO QUE LA LITERATURA CONSISTE EN NO DECIR LAS COSAS EXPLÍCITAMENTE, SINO IMPLÍCITAMENTE. AHÍ ESTÁ SU ESENCIA”
Gustavo Pino* es un gran
representante de la reciente literatura moqueguana del siglo XXI. Alejado en un
primer momento de su ciudad de origen para seguir estudios universitarios en
Arequipa, ha publicado hasta el momento tres libros de narrativa: La ciudad
dormida (Aletheya, 2017), Un asunto frío y vulgar (Aletheya, 2019) y
Hacia la frontera (Aletheya, 2022). En esta ocasión, Sebastián Alva
conversó con él para conocer un poco más sobre su obra narrativa, su paso por
el periodismo y la concepción que tiene sobre el oficio de la escritura.
Sebastián: ¿Qué cambios ha
podido notar en su escritura después de haber publicado tres libros? Referido a
la visión que tenía sobre la literatura o el estilo quizás.
Gustavo: Bueno, el primer
libro lo empecé a escribir cuando estaba en la universidad, específicamente en
el primer año de la carrera de Comunicación Social, y todo por culpa de Mario
Vargas Llosa. Después de leer uno de sus libros, pasé noches enteras con una
avalancha de ideas sobre lo que podía ser una novela o, al menos, el inicio de
una. No lo tenía claro en ese momento, pero la idea se iba gestando, tomando
forma y mutando con el paso de los días.
Recuerdo que terminé de leer Conversación
en la Catedral un domingo en la madrugada y, con ojeras abultadas y los
ojos rojos, fui a la universidad. Esa es una de las cosas que extraño: la
libertad total de leer lo que quisiera, levantarme a la hora que deseara y
pasar el día fantaseando.
Una semana después, llegué a casa
alrededor de las seis de la tarde, encendí la computadora y empecé a escribir
como un poseso. Así nació mi primera novela, que nunca llegó a ver la luz. Las
diez primeras páginas las escribí de golpe, como un vómito visceral que, con el
tiempo, adquirió más fuerza y estructura. Claro que no la escribí con la
constancia que hoy podría haber tenido. Comencé en 2010 y la terminé en 2015.
Siempre digo que la verdadera tesis de mi carrera fue ese libro, porque me
acompañó durante todo el proceso.
Cuando lo terminé, emocionado
como todo escritor primerizo y bisoño, pensé que era una buena novela. Se la di
a leer a algunos amigos, como Jorge Vargas, Giovanni Barletti y Jorge Monteza,
creo. Empezaron a darme recomendaciones, y la que más rescato es la de Jorge
Vargas, quien me dijo que había partes muy buenas que debían adaptarse a
relatos. Tomé su consejo y empecé a mutilar el libro. Me di cuenta de que había
partes demasiado lentas, incluso empalagosas, y terminé convirtiéndolo en un
libro de catorce o quince relatos. Tenía un lenguaje provocador, suelto.
Presenté ese borrador a Ruhuan
Huarca después de una conversación con Orlando Mazeyra, con quien compartía
estudios de maestría en ese entonces. Ruhuan lo leyó y me dijo que le gustaba
el estilo y el desparpajo de las descripciones. Me contactó con Darwin Bedoya,
quien se interesó en el proyecto. Finalmente, el libro se publicó en 2017 bajo
el título La ciudad dormida.
Después escribí mi primera novela
policial. Me había quedado con ganas de escribir y publicar una novela
propiamente dicha. Me puse a trabajar en ella y la terminé en un año y medio,
más o menos, con un lenguaje más maduro y cuajado, pero manteniendo ese estilo
directo, “sin pelos en la lengua”, que tanto me gusta. Esta novela, Un
asunto frío y vulgar, tiene una estructura más fija; juega con los tiempos,
los tipos de narración y los personajes. Hubo un crecimiento cualitativo
importante en mi estilo narrativo: algo más pensado. Aun así, cuando la empecé,
no armé una escaleta ni una estructura para guiarme. Solo escribía y escribía.
Se la pasé a Ruhuan, a Jorge
Monteza y a una escritora de Lima, María José Caro, quien recién empezaba a
publicar con Alfaguara. A ella le gustó y me dio la confianza necesaria. La
novela se publicó y recibió buenas críticas, pero sentía que todavía había algo
más por explorar.
Eso es lo que he intentado hacer
con mi último libro, Hacia la frontera, donde juego con la estructura.
Cuando se lo pasé a Orlando, me dijo que yo siempre sacaba libros raros, pero
raros en el buen sentido. En este libro hay saltos en el tiempo, distintos
narradores, historias paralelas e incluso transcripciones de audios. Además,
revisito la historia de Manuel Valenzuela Chacón, exintegrante de la Unidad de
Desactivación de Explosivos (UDEX) en 1980. Hay un lenguaje y una estructura
muy cinematográfica.
En mi primer libro hubo un
atrevimiento por contarlo todo sin remordimientos ni miramientos. En mi primera
novela, en cambio, hubo una mayor estética y una mejor estructura. Y en este
último, la exploración ha sido más experimental. Creo que ese es el estilo que
estoy encontrando: historias díscolas, sin cronología lineal, impredecibles,
como un rompecabezas que el lector debe armar. Me gusta dejar muchas cosas en
el aire para que quien lee empiece a pensar y divagar. Y creo que funciona.
Creo que eso es lo que más me
gusta hacer. Pienso que la literatura no consiste en decir las cosas
explícitamente, sino en insinuarlas. Ahí está su verdadera esencia.
Sebastián: Claro, la
sugerencia. El mostrar y no decir. Permitir que sea el lector quien imagine y
complete la historia.
Gustavo: Sí, porque si lo
piensas bien, en la vida diaria, dentro de este constructo social, suponer
cosas puede ser como un disparo en la cabeza. Las especulaciones en la vida
real pueden ser fatales, pero en la literatura son la base fundamental para
construir una buena historia.
Sebastián: ¿Cómo fue tu
experiencia al momento de publicar? ¿Cómo fue ese proceso de edición?
Gustavo: El que más me
costó fue La ciudad dormida. Las ediciones de ese libro se agotaron por
completo. Recuerdo que, en ese tiempo, hablaba con Giovanni Barletti. Él ya
había publicado y me mencionó Ediciones Baluarte en Moquegua, sugiriendo que
tal vez podrían estar interesados en mi libro. Me presentó a Franky, su editor,
y conversamos sobre la novela y el proyecto de publicación. Me dijo que era
publicable y que el costo de edición era de cinco mil soles. Me sorprendió
tanto la cifra que, por dentro, puse el grito en el cielo. Le respondí de manera
diplomática que seguiríamos en contacto. Al despedirnos, le dije a Giovanni: “Tu
pata está loco, ¿cómo voy a pagar tanto?”. Por razones obvias, no publiqué con
esa editorial.
Con el tiempo, reestructuré la
novela, hice cambios, agregué nuevas partes y, finalmente, el libro se
convirtió en una colección de relatos. Se lo pasé a Ruhuan, y tras varias
revisiones, nos quedamos con diez relatos que conforman La ciudad dormida.
Inesperadamente, en dos o tres meses, los quinientos ejemplares se vendieron
por completo. No quedó ninguno. Para nosotros fue un boom, sobre todo
considerando lo difícil que es para las editoriales independientes vender
rápido. Desde entonces, Ruhuan me ha pedido que lancemos una nueva edición,
pero aún no lo tengo claro. Hay aspectos en la ejecución del libro que creo que
deben pensarse mejor.
Con mi segundo libro, Un
asunto frío y vulgar, el proceso de edición fue mucho más sencillo. Ya me
había ganado cierto nombre, se movió en ferias, pero no se vendió del todo
bien. Aún hay ejemplares disponibles, aunque logré llegar a librerías más
grandes.
Después vino Hacia la frontera,
que incluso me permitió llegar a la FIL de Lima. Este libro comenzó a gestarse
en 2015, cuando empecé a escribir sobre Manuel Valenzuela Chacón, cuya historia
da inicio a la novela. Al principio era solo una crónica, que fui ampliando y
corrigiendo. Con el tiempo, conocí otras historias, como la de jóvenes
venezolanas que ejercían el meretricio, y las fui entrelazando para construir
un personaje interesante. Durante la pandemia, trabajé más en la estructura,
jugué con la narración y finalmente terminé el libro.
Siento que mi proceso de
escritura se ha vuelto mucho más libre. No sigo reglas estrictas; simplemente
escribo cuando tengo ganas. Aunque, en la actualidad, ya no tengo tanto tiempo
para leer ni escribir, porque paso el día revisando informes, solicitudes y
documentos. Pero ahí vamos.
Sebastián: Tomando en cuenta
tu carrera como periodista, ¿cuál consideras que fue el momento en el que te
decantas por escribir y por la literatura?
Gustavo: Seguramente has
escuchado la frase de Roberto Bolaño, el gran escritor chileno, sobre cómo la
literatura le dejó un fuego que nunca se apagó, que carcomía sus entrañas,
nacía en la boca del estómago y quemaba. Ese fuego nunca se extinguió.
Cuando leí esa frase, recordé el
año 2010, cuando terminé de leer Conversación en la Catedral de Vargas
Llosa. Cinco días después, comencé a escribir mi primera novela, una que nunca
salió a la luz y que terminó descuartizada, convertida en una especie de
Frankenstein literario. De sus restos nació La ciudad dormida. Ese
noviembre de 2010 sentí ese «fuego» del que hablaba Bolaño, y desde entonces no
me ha dejado en paz.
Las personas suelen creer que la
literatura es un proceso bello, casi idílico, pero en realidad es todo lo
contrario: es tormentosa, persistente, no te deja en paz. Uno quiere llevar una
vida tranquila, pero siempre está esa sensación de que hay algo pendiente, algo
que no estás escribiendo. Es una idea que te domina, que te arrebata el libre
albedrío. Esa es la vocación del escritor.
El periodismo, en mi caso, fue
una herramienta para alimentar la ficción, para llenarme de historias y
desarrollar una constancia en la escritura. En Diario Correo escribía
ocho notas al día. Esa disciplina me permitió sentarme en cualquier momento,
empezar a escribir y hacerlo bien. Creo que, en gran medida, he logrado
escribir mis libros gracias al periodismo.
Mis dos últimas obras nacen de mi
experiencia periodística. Un asunto frío y vulgar surgió de un encargo:
escribir una nota sobre un hombre que había muerto tras desbarrancarse en un
distrito de Arequipa, cuyo cuerpo fue devorado por jaurías callejeras. En ese
entonces, me preguntaba si realmente había sido un accidente o si detrás había
algo más: un asesinato, quizá un asesino en serie. Esa duda se convirtió en la
premisa de la novela.
Mi último libro también nació de
la crónica. Empaparme de esa realidad caótica fue esencial.
Sebastián: Entonces su oficio
como periodista ha sido gravitante y fundamental en su oficio como escritor.
Gustavo: Sí. Además, te
cuento una anécdota. En mi primer libro, La ciudad dormida, hay un
relato sobre un periodista que comienza a hacer sus primeros reportajes. Ese
cuento fue el que más le gustó a Jorge Monteza. Me dijo: “Este es el estilo que
debes tener”.
Sin darme cuenta, en mis
siguientes obras fui conservando ese tono narrativo. Por ejemplo, en el libro
que planeo publicar en 2025 hay varios relatos que hablan de mi infancia y que
guardan relación con La ciudad dormida.
Además, mi trabajo literario me
llevó a enseñar Lenguaje cinematográfico, y a partir de ahí comencé a
trasladar mi formación en cine a mi escritura.
Sebastián: ¿Cuáles son tus
referentes literarios? ¿De quiénes crees que recibes más influencia en su
literatura?
Gustavo: Bueno, como todo
peruano o latinoamericano, mis grandes referentes están en el boom
latinoamericano. Pienso en Vargas Llosa, García Márquez, Carlos Fuentes,
Ernesto Sábato y Adolfo Bioy Casares. De la literatura peruana, me gusta Bryce,
algunas novelas de Roncagliolo, El mundo es ancho y ajeno de Ciro
Alegría, y, por supuesto, José María Arguedas. Mi escritura tiene mucho de esos
autores.
También mencionaría a los
clásicos europeos como Flaubert, Tolstói, Dostoievski y Austen, y a los
norteamericanos, como Poe, Hemingway y Faulkner. Hablar de escritores es
complejo.
La literatura local también
merece ser mencionada: Jorge Monteza, Orlando Mazeyra, Yuri Vásquez y Yero, que
es de mi generación. También Álex Rivera de los Ríos y la novela monumental de
su tío, Edmundo De los Ríos, Los juegos verdaderos.
El cine es una herramienta
importante para nutrir mi literatura. Me han marcado los clásicos como Casablanca
o El cartero llama dos veces, y los thrillers psicológicos como El
resplandor. También hay una película que destaco, Las horas, basada
en la vida y obra de Virginia Woolf.
No tengo un gusto demasiado
marcado, veo y consumo de todo.
Sebastián: ¿Tienes algún
proyecto literario en mente? ¿Algún nuevo libro del que nos quieras comentar?
Gustavo: Sí, durante la
pandemia escribía relatos sueltos, evocaciones de ciertas palabras o
sensaciones. Por ejemplo, el viento me traía recuerdos de la brisa marina en
Ilo, donde jugaba de niño y viví mi primer amor infantil. Así, fui hilando
memorias hasta darles forma de relatos. Ahora estamos a la espera de su
publicación.
Se lo pasé a Ruhuan, de Aletheya,
y me comentó que lo revisarán sus practicantes de Literatura para brindar
feedback y afinar la estructura antes de ingresar al proceso de edición.
También puedo adelantarte que, a
través del fondo editorial de la Universidad Nacional de Moquegua, se publicará
un libro académico sobre lenguaje cinematográfico.
Sebastián: ¿Cuáles son sus
percepciones sobre la narrativa peruana contemporánea? ¿Sobre lo que se produce
actualmente?
Gustavo: Mi percepción es
que la literatura peruana contemporánea se ha vuelto demasiado comercial.
Parece que muchos han encontrado un par de temas recurrentes, como la migración
del provinciano a la capital, y los explotan hasta el hastío. Otro ejemplo es
la narrativa sobre el incanato, que en muchos casos termina siendo más una
estrategia simplista que una verdadera exploración histórica o cultural.
Siento que ya no hay ese
deslumbramiento, esa búsqueda de algo nuevo. Yo quiero obras que me rompan la
cabeza, que me interpelen, que me dejen pensando. Y en la literatura peruana
contemporánea más visible, me cuesta encontrar eso.
Sebastián: ¿Cómo es su proceso
de escritura? ¿Sigue algún ritual?
Gustavo: Siempre ha sido
un proceso extraño. Ahora mismo, por ejemplo, mientras conversamos, una palabra
o una frase puede llevarme a una experiencia pasada o a una idea que, más
adelante, se convertirá en algo que escriba. Me veo como un pescador de
historias, siempre alerta, con el olfato afinado para atraparlas y hacerlas
mías.
Antes buscaba activamente la
historia, me sumergía en lecturas interminables hasta encontrarle un sentido.
Pero ahora es distinto. Espero con paciencia a que la historia llegue a mí, y
cuando lo hace, simplemente me pongo a escribir.
Sebastián: Ya terminando esta
entrevista, después de tu trayectoria como narrador y periodista, ¿qué consejos
daría a aquellos que sienten interés por la escritura?
Gustavo: Que lo piensen
bien, que lo analicen con calma. Si han sentido ese fuego del que habla Roberto
Bolaño, sigan ese impulso, porque desprenderse de él será imposible. Pero si lo
hacen por un capricho, por una idea pasajera sin verdadera profundidad, mejor
abstenerse.
Lo esencial es escribir desde la
pasión, sin dejarse arrastrar por modas, prejuicios o presiones externas.
Escribir sobre aquello que carcome por dentro, arrancarse pedazos sin reservas.
Y, sobre todo, leer sin medida. Y vivir, vivir intensamente, porque solo así se
puede transformar la vida en literatura.
Sebastián: Ahora como última
pregunta, ¿está leyendo algo actualmente? ¿Qué nos puede comentar sobre el
libro?
Gustavo: Estoy leyendo un
libro de Cronwell Jara sobre cómo escribir cuento. No suelo leer muchas obras
académicas, pero esta me ha parecido interesante por la forma en que reflexiona
sobre los elementos del cuento. Me está ayudando a comprender mejor las diferencias
entre crónica, cuento y relato. Lo curioso es que lo encontré por pura
casualidad. Una señal, quizás, si es que lo divino existe.
Gustavo Pino (Moquegua, 1991).
Licenciado en Comunicación Social y maestro en Educación Superior por la
Universidad Católica de Santa María. Sus primeras crónicas y reportajes
aparecieron en Diario Noticias y Correo (sede Arequipa). En el 2017 publicó
—bajo el sello editorial aletheya— "La ciudad dormida", su primer
conjunto de cuentos. Asimismo, desde su aparición como narrador, algunos de sus
relatos se incluyeron en distintas antologías. Trabajó como jefe de prensa en el
FBC Melgar, brindó asesoría en marketing digital a la empresa SEDAPAR y fue
columnista en diario Exitosa (edición sur). En el 2019 publicó su primera
novela policial, ambientada en Arequipa, "Un asunto frío y vulgar".
Además, se desempeñó como docente en la Universidad Católica de Santa María y
en la Universidad Nacional de Moquegua. Fue condecorado dos años consecutivos
—2018 y 2019— por su aporte a la cultura en la región Arequipa. En el año 2022
publicó Hacia la frontera, y actualmente se desempeña en la Subgerencia
de la Juventud del Gobierno Regional de Moquegua.
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