ENTREVISTA A MOISÉS JIMÉNEZ CARBAJAL

 

MOISÉS JIMÉNEZ CARBAJAL: “LOS POETAS, TAL COMO LOS POLÍTICOS, CARECEN DE UN PROYECTO DE PAÍS. PERO A COMPARACIÓN DE LOS POLÍTICOS, LOS POETAS NUNCA HAN DEJADO DE SOÑAR ESE PAÍS”


Editor, literato y esencialmente poeta, Moisés Jiménez Carbajal* es una de las personalidades más representativas en el ecosistema literario arequipeño del siglo XXI. Dirige la editorial independiente Parque Vacío Ediciones y como poeta tiene entre sus publicaciones Opalia (2019) y Kazimir (2019). Sebastián Alva conversó con él acerca de su oficio como escritor y como promotor de la nueva literatura hecha en la región.

Sebastián: ¿Cómo consideras que ha evolucionado tu visión sobre la poesía después de haber publicado cuatro poemarios?

Moisés Jiménez: No siento que haya una evolución, sino una forma distinta, una metamorfosis. No necesariamente una forma de progresión de lo que considero poesía de madurez, sino una transformación íntima y de estilo. En el primer libro, Kazimir, hay sobre todo la idea entusiasta de un joven que quiere ser Ezra Pound, que quiere hacer que todos los elementos que ha aprehendido con las lecturas y con otras experiencias se incorporen en su obra. Si algo he aprendido de ese libro es que sintetizar todos esos elementos es imposible, porque la poesía funciona de forma distinta. La poesía no sintetiza fragmentos y los une como un gran collage, crea más bien el espacio verbal donde la música del aliento conjuga en signos la transmutación de la imagen. Pero aprecio mucho ese error entusiasta, que es una mala lectura, tal vez, de los imagistas y de todo lo que deriva del gran proyecto de los Cantos. Eso me pasa con Kazimir y Opalia, que son parte del mismo proyecto en sí. Después hay otros dos, que son Réquiem y Papeles del dodo. Papeles fue escrito antes del Réquiem y es parte del proceso que implica Kazimir, pero ya es otra cosa, una forma distinta de pensar la poesía. El subtítulo de ese poemario es «Epilepsias», la metáfora de una enfermedad para pensar el hacer poemático. La epilepsia es ante todo una manera de soportar toda esa inmanencia intensa de nuestra época. Como pasaba en El idiota de Dostoievsky, cuando el personaje llega a la ciudad de San Petersburgo y tiene que soportar toda esa carga inédita de palabras, intensidad y personas que bombardean su pequeño cerebro y su cuerpo «inocente», se quiebra evidentemente, y de ello deriva la explosión de un cuerpo que solo puede habitarse en esa danza enferma. La poesía como un órgano que el poeta crea para poder soportar la inmanencia del mundo moderno. Después está el Réquiem que es otra metamorfosis de cómo pienso la literatura, y creo que es una especie de madurez del pensamiento respecto a Kazimir, porque en Kazimir quería hacer un collage de lo que sé, como queriendo rescatar mi memoria y darle valor a mi fragmentaria cultura. En Réquiem está la idea de la síntesis, pero ya no como collage, sino como trabajo del olvido. Una manufactura verbal de todo lo que pueda emerger de mi memoria. Ese poemario sale durante la pandemia y es también un homenaje a todas sus víctimas, por eso es un réquiem, y una reescritura del esquema que popularizó Mozart. Pero, lo que me fascinó del proceso es la idea del sintetizador como metáfora del hacer poemático, si en el poemario anterior era la epilepsia, en este es el sintetizador como máquina de voz que a partir de impulsos eléctricos conjura sonidos, estos impulsos eléctricos son impulsos nerviosos, dolorosos, respiratorios, que crean y recrean todo ese dolor que yo no he padecido, todos esos gritos y tristeza que yo no he sufrido, y que en el mismo poemario se hace habla cínica. Creo poder decir eso sobre mis cuatro libros.

Sebastián: ¿Qué evento fue decisivo para formar tu vocación literaria, poética?

Moisés: Cronológicamente podría decir que cuando conocí a Gaston Bachelard y a José María Eguren. Eguren me mostró de forma muy condensada el uso distinto del lenguaje, de la palabra. Es decir, siempre está la idea de que la poesía es ese lenguaje que excede al uso cotidiano, pero Eguren hace de la forja de ese uso una potencia enorme. Cribación de las palabras y de la música de estas hasta el punto de pensar estar hablando un idioma nuevo. Sin embargo una respuesta más adecuada es decir que mi interés por la poesía es desconocido para mí, que está en algún lugar de mi infancia, en algún lugar de mi aprendizaje mismo de hablar que se ha perdido para siempre. Podría decir que está en los cantos de mi mamá, pero mi mamá nunca cantaba; podría decir que está en los discursos de mi abuelo, pero mi abuelo nunca hacía discursos. Pero creo que estuvieron ahí.

Sebastián: ¿Y por qué escribes? ¿Por qué consideras que debes profundizar en este oficio?

Moisés: Escribo porque quisiera poder crear un órgano en la escritura que me permita respirar las visiones y la música que me rodea. Necesito inhalar ese delirio para poder exhalar fascinación y alivio. En cuanto a la segunda pregunta, yo quisiera profundizar en el oficio porque siento que ha llegado un punto en el que sé que, si no cambio de forma de escritura, no cambiaré de vida; y sé que, si no cambio de forma de vivir, no cambiaré de forma de escritura. Necesito profundizar en el oficio porque odio ser siempre el mismo. El hábito destruye.

Sebastián: ¿Cuáles son tus referentes literarios? ¿Qué autores han marcado tu literatura y tu poesía?

Moisés: Al momento de escribir nunca tengo presente a mis referentes, siempre los olvido. Como te dije, en Kazimir tenía muy presente los referentes, y quería, por ejemplo, que en el primer poema estén algunos fragmentos de Guamán Poma, de Lucano, etc. Tenía esa obsesión. Y eso obstruye la intuición, la labor creativa y la espontaneidad. Por eso ya no pienso en referentes al momento de escribir. Ahora, autores que me han marcado… quizás autores que me han arruinado. Ya mencioné a Ezra Pound, Walter Benjamín, Virgilio. Creo que la gran obra que todo poeta o aspirante a poeta o persona que escribe poesía debe leer es Paradiso de Lezama Lima. Creo que no hay obra en español —quizás El pez de oro— donde la bildungromane, o la novela de aprendizaje sean la ascensión y descenso a la poesía misma como acto de misterio y de relación con lo sobrenatural. Creo que Paradiso es nuestro Retrato del artista adolescente o nuestro Malte Laurids Brigge. No solo desde el tema, sino desde todas las ramificaciones que implica el acto mistérico de hacer poesía.

Y en cuanto a las experiencias o algo que haya marcado lo que escribo podría mencionar una. Alguna vez en un paradero, encontré a una chica cuyo aspecto demacrado, delgado y con apariencia a muerte emanaba una epilepsia profunda cada vez que hablaba. Yo la encontré ahí y me pedía ayuda. La ayudé e insensatamente arribé a una especie de aventura donde lo real me golpeó con su cualidad de hielo. La forma en que esa chica trataba de hablar y explotaba con esa habla me marcó para siempre, me hizo pensar de forma muy distinta la literatura y la vida. Y es que creo que hasta antes de ese evento no consideraba a la literatura como un acto corporal, como un acto que implica todo el cuerpo y todos los nervios. Un acto respiratorio y cardíaco.

Sebastián: ¿Qué opinas de la poesía arequipeña en el nuevo siglo? ¿Crees que estará gestándose algún movimiento?

Moisés: Creo que por lo menos en mi ciudad, Arequipa, no ha habido en sí un movimiento literario, una corriente. Lo que ha habido son grupos de amigos, grupos de conocidos que han creado y gestado cosas. Está el clásico ejemplo de Dragostea (María Miranda, Robert Baca y Jorge Vargas)  que pervive en nuestra memoria desde una mitología bohemia y una concreción boyante de obra. Creo que ha habido y hay cosas muy interesantes, que están felizmente alejadas de muchas tendencias costumbristas que han caracterizado la poesía de Arequipa. En cuanto a la poesía del siglo XX en otras regiones, en general estoy muy de acuerdo con la idea de Hector Hernández de que el siglo XX ha sido el Siglo de Oro de nuestra poesía. Y me pregunto siempre por qué el Perú tiene uno de los cánones de poesía más potentes en la lengua española, y tal vez esté muy relacionado a la informalidad e impotencia de una visión conjunta. Los poetas, tal como los políticos, carecen de un proyecto de país. Pero a comparación de estos, los poetas nunca han dejado de soñar ese país. También me pregunto por la relación entre la tristeza y la falta de humor en la poesía peruana. Hay una falta enorme de risa, una especie de tragedia que hace pensar que Eielson es un gran accidente en nuestra poesía.  

Sebastián: ¿Alguna otra opinión sobre la poesía?

Moisés: He oído los versos y los poemas más interesantes hablando con los poetas que hablando con sus libros. Y a pesar que bulle la ironía, lo digo en serio. Creo que, como diría un chamán, vía César Calvo en Ino Moxo, hemos creado comunidades del aire, obras infinitas haciéndose mientras pensamos o hablamos. Y por lo menos ahora, aún en la fiesta de mi generación, puedo decir que hay discursos, palabras, reflexiones de muchos amigos que me han marcado más que sus propios poemas. Quizás porque aún no sé leerlos bien, o porque prefiero la palabra viva fluctuando en el aire. Aún es muy pronto para hablar de este corto siglo.

Sebastián: ¿Tienes algún proyecto de poemario en mente? ¿Uno que estés trabajando?

Moisés: No sé si debería decirlo, por superstición quizás. Pero podría mencionar intereses que pueden derivar en obras. Uno de ellos es la poesía como forma de posesión testimonial. El uso de los testimonios y archivos que está muy en boga tiene distintos modos performáticos de emergencia. Quisiera hablar de esos testimonios, pero desde el punto de vista del verdugo, del victimario. Lo más común y más éticamente urgente es hablar desde el punto de vista la víctima. Creo que estratégicamente yo puedo empatizar más con el verdugo que con la víctima, porque está más potente en el ser humano ser una mierda que ser una víctima de esa mierda. Así, a través de la posesión de ese testimonio, puedo expresar algo que está encriptado e invisible ahora. ¿Quién conoce cómo funciona la economía? ¿Cómo funcionan las ecuaciones de Wall Street? ¿Cómo se forestan los algoritmos de las redes sociales? Hay un silencio inmutable ahí, como el del dios de los teólogos, un silencio que nos domina y padecemos siempre. Quisiera intentar darle voz a esa trascendencia que nos aplasta.

Sebastián: ¿De qué manera tu experiencia publicando tus libros te ha ayudado en tu experiencia como editor?

Moisés: No ha sido un proceso arduo el paso entre escritor y editor. Creo que podría hablar de lo que he editado hasta ahora. Y lo primero que he aprendido es la enorme responsabilidad que implica editar el trabajo del otro, y lo digo desde el dolor de haber errado. Porque su obra es testimonio de una experiencia única, sea buena o mala; hay algo ahí que resuena y que el escritor quiere que resuene en los demás. Se necesita una vocación para ser editor, de la cual carezco un poco, pero no porque no me guste apoyar a los demás y tratar de ayudar en lo posible al potens de su obra, sino porque creo haber sentido mucho la decepción de publicar en el Perú,  la indiferencia, la mala recepción, y en sí me pesa mucho que pueda pasar eso con los autores que hemos publicado; y a su vez, no creo tener la voluntad suficiente como para sentirme bien publicándolos. Me ayudan también mis otros compañeros, yo los ayudo, para decirlo mejor.  

Sebastián: ¿Qué debería y qué no debería hacer un editor?

Moisés: Hay una frase de Rilke, en una de sus cartas, donde le preguntan sobre la vacilación de ser escritor o no, y Rilke responde: «¿Te morirías si dejarías de escribir? Si la repuesta es sí, eres un escritor; si la respuesta es no, ya no escribas». Diría lo mismo con el editor, es una pregunta radical, pero ayuda a cuestionarse uno mismo. No solo se trata de vender libros o de hacerlos, se trata de que esa cantidad de libros que tienes sean muy bien distribuidos, que estén en las manos adecuadas, no que acaben en un costal o en el almacén del editor. Hay una responsabilidad muy fuerte. Por eso considero que el editor ha tenido que haber padecido todo lo malo de la literatura, que es lo que más abunda entre nosotros. Ya todo lo demás depende de cada uno. Ser editor es una vocación.

Sebastián: En tu trayectoria como lector, ¿qué autores consideras tú que deberían rescatarse? ¿Leerse de forma más masiva?

Moisés: Más que rescatar autores, creo que lo más urgente es expandir nuevas formas de lectura. Por ejemplo, la mayoría de estudiantes que han leído El libro del buen amor se han percatado con mucha razón, que como novela es uno de los textos más aburridos que pueda haber. Pero no hay nada más estimulante y jovial que leer El libro del buen amor en verso, con su estructura de cuatro rimas que resuena como una canción de trap. No hay libro más musical que ese. Su forma eufónica, sus modismos y sus modulaciones fonéticas, hacen que sea un desperdicio leerlo desde un punto de vista narrativo. También pasa con los grandes cantos épicos. Nos impide ver la fascinación de las materialidades que deslumbran en la obra. Más que nuevos autores, hay que buscar nuevas formas de lectura de lo que ya hemos leído.  

Sebastián: ¿Qué consejos que le darías a aquellos jóvenes que deseen adentrarse en la poesía? ¿Y qué consejos les darías a quienes quieren editar?

Moises: He sentido que hay dos grandes estados que, por su cualidad prodigal y venturosa, un ser humano debe tentar: la soledad y el silencio. Crear tu propia soledad y silencio quizás sea la tarea, qué importa que después no devengan en poemas. Parafraseando mal a  Rimbaud, le silence et la solitude est a réinventer.   

 

*Moises Jiménez Carbajal (Arequipa, 1994) estudió Literatura y Lingüística en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Ha publicado Opalia (2019), Kazimir (2019), Réquiem (2022) y Papeles del dodo (Epilepsias) (2022)

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