GOYO TORRES SANTILLANA: CUANDO LLEGARON LOS WAYRUROS

 GOYO TORRES SANTILLANA: Cuando llegaron los wayruros



REGIÓN: AREQUIPA
AÑO DE PUBLICACIÓN: 2015
VALORACIÓN: LECTURA INTERESANTE (3.5/5)
EDITORIAL: TEXAO

El interés por los eventos históricos en la tradición literaria latinoamericana tiene una presencia y consolidación sólidas. Solo basta enumerar el nombre de autores como Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Alba Lucía Ángel, Reinaldo Arenas, Abel Posse, Carmen Boullosa o Mario Vargas Llosa y Marcos Yauri Montero —en el plano nacional— para tener una idea clara de lo que la literatura puede hacer con sucesos pasados como las dictaduras del siglo XIX en Paraguay, la biografía de Simón Bolívar,  los últimos años de Ambrose Bierce en la revolución mexicana, el bogotazo colombiano de 1948, las aventuras de un fraile dominico mexicano en el siglo XVIII, el descubrimiento de América, la América colonial, la revolución de Canudos en el Brasil o la insurrección de Atusparia en la sierra peruana. A esta larga lista de autores talentosos —escueta si consideramos su real dimensión— se agregan la figura del experimentado narrador arequipeño Goyo Torres Santillana y la Guerra del Pacífico.

Nació en Arequipa en 1964 y, después de pasar por diferentes carreras, se formó como literato en la Escuela de Literatura y Lingüística de la UNSA (Arequipa). Entre sus publicaciones más importantes se encuentran los libros de cuentos El amor después del amor (2002) y Nada especial (2016), así como las novelas Espejos de humo (2010) y Paradero 25 (2024). El libro Cuando llegaron los Wayruros (Texao, 2015) —cuya reedición por la editorial Hijos de la lluvia (2024) deja entrever la vigencia que este relato conserva en el plano literario regional— relata la historia de un grupo de niños enfrentados a la catástrofe de la guerra, específicamente el encuentro bélico entre Perú y Chile durante finales del siglo XIX.

Como si se tratara de una novela decimonónica, el libro está dividido en seis episodios con sus respectivos títulos y un colofón, lo cual nos ofrece una ordenada y dosificada presentación de los hechos. Con un potente inicio in media res, el narrador nos mete de lleno en las fabulaciones infantiles de un conjunto de amigos que toma el contexto social que los envuelve para hacerlo parte de sus juegos cotidianos. He aquí uno de los grandes valores del libro, el cual, a partir de un evento real en la historia peruana, confronta ingenuidad y tragedia para referirse a los eventos traumáticos propios de una guerra: «Al igual que las personas mayores, los niños también vivíamos el momento de la espera, aunque a nuestro modo. Después de las obligaciones, nos reuníamos para jugar a la guerra» (p.13). El narrador anónimo y colectivo —el cual nunca devela su nombre y prefiere focalizar el peso protagónico en los niños líderes de los bandos peruanos y chilenos y la población en general— describe un ambiente tenso y ansioso por la llegada del ejército enemigo contrastándolo con la despreocupación propia de los infantes de once años que comprenden muy poco sobre política o muerte.

Otros de los ejes temáticos es el del crecimiento personal. Al verse compelidos por las huestes chilenas, tanto el protagonista como el resto de sus compañeros atraviesan por un proceso violento de maduración, obligados a asumir acciones impropias para su edad, así como una conciencia colectiva que resta espacio a la individual.

Por aquellos días sentí que me convertía en adulto, a pesar de mis doce años. Creo que todos experimentamos lo mismo. Tomar decisiones que involucraban el destino del pueblo, nos hizo madurar (…). Pero estos sucesos también sirvieron para unirnos. Cada quien se preocupaba por los demás. Llegamos a formar un equipo, una manada (p. 36).

Además, llama la atención la oralidad que envuelve al relato, ya que en el colofón se nos indica que la historia es narrada por un anciano que termina sus días en el Asilo Lira. En cuanto al lenguaje, es destacable el orden y la limpieza de las descripciones —que sin tener muchas figuras retóricas o imágenes poéticas— es funcional para darle ritmo y entretenimiento a la trama.

No obstante, si tuviéramos que anotar aspectos negativos del libro, podríamos mencionar el recurso de la oralidad. Al inicio del texto, se nos presenta un narrador comentarista que alienta el artificio de estar escuchando a un narrador presente que nos interpela: «De un empellón acabé en el suelo con el labio partido ¿Ven esta cicatriz? Me la hicieron allí» (p. 9); «¡Tendrían que haber vivido en ese tiempo para comprender!» (p. 10); «¿Qué quién era Elenita? Era la niña más hermosa que puedan imaginar» (p. 11). Lamentablemente, este recurso no vuelve a repetirse a lo largo del libro, adoptando una narración más tradicional. De igual manera, ciertos personajes no son trabajados de forma adecuada, como el caso de Elenita, quien a pesar de ser descrita de manera acertada, sensorial y tierna:

Tenía el cabello negro, y su rostro, el color de la miel; vestía siempre de celeste como los ángeles de la iglesia y olía a membrillo maduro con canela, canela fina. Ella era lo único que me interesaba como botín de guerra (p. 11).  

Después no tiene mayor presencia en el texto, no cumple un rol gravitante ni sirve para generar tensión dramática en la trama, haciéndose una mención de ella solo al final de la historia.

En líneas generales, nos encontramos ante un libro que funciona como una excelente puerta de entrada al universo ficcional de Goyo Torres. Personajes jóvenes en pleno camino de maduración, eventos históricos versionados, el compromiso político colectivo y una prosa cuidada hacen de Cuando llegaron los wayruros un texto inolvidable. 

Hacedor: Anthony Valdivia Valencia



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