ENTREVISTA A FERNANDO RIVERA
FERNANDO RIVERA: «LA IDEA DE ESTUDIAR UNA CARRERA UNIVERSITARIA PARA SER ESCRITOR ES ALGO RELATIVAMENTE RECIENTE EN NUESTRO MEDIO. ANTES, LOS ESCRITORES SOLÍAN FORMARSE EN GRUPOS LITERARIOS, EN ESPACIOS DE DIÁLOGO Y PRÁCTICA COLECTIVA MÁS QUE EN INSTITUCIONES ACADÉMICAS»
Fernando Rivera* es un representante destacado de la literatura arequipeña de los últimos tiempos. Su prosa, sigilosa y elegante, ha recorrido revistas literarias y premios nacionales, y ha terminado por consolidarse en dos libros de cuentos, dos novelas y múltiples ensayos de crítica y teoría literaria. En esta oportunidad, con motivo de la publicación de Ustedes que jamás vieron mi muerte (Aletheya, 2025, versión definitiva), El Hacedor conversó con él sobre su formación literaria.
Sebastián: Desde su primera
publicación, ¿cómo siente que ha evolucionado su percepción sobre la escritura
y el objeto artístico?
Fernando: Mi percepción ha cambiado bastante.
La primera novela la escribí por varias razones, pero principalmente con la
idea de hacer una obra un tanto romántica y existencialista, ambientada en los Andes,
que fuera a contracorriente de lo que en ese momento se denominaba literatura
light. Estaba muy influido por Onetti, un autor que siempre me ha gustado mucho,
y por Marguerite Duras. Luego, unos años antes de enfrentar mi segunda novela, Ustedes que jamás vieron mi muerte (2016), me di cuenta de que todavía estaba
cerca de los modelos del «boom». Entonces intenté tomar mayor distancia y exploré
otro tipo de escrituras, ahí empecé a tener conciencia de la novela que me
gustaría escribir. Con el cuento, en cambio, se produjo algo muy diferente,
desde que comencé a escribir tuve claro lo que quería hacer, y lo concebí más
como una exploración de la vida. Por eso, para mí, son dos modos de narrar distintos
que han tenido una evolución diferente dentro de mi escritura.
Anthony: ¿Cómo ha sido su experiencia en la presentación de libros, tanto los de
narrativa como los de investigación? ¿Siente que es distinto publicar libros en
el Perú en comparación con el extranjero?
Fernando: Sí, es muy diferente. En el caso de
la ficción, no he tenido mucha suerte con la difusión de mis libros. Recuerdo la
primera novela que publiqué y que, pasado un tiempo, no había reseñas ni
aparecía en librerías; prácticamente desapareció. Eso me desanimó y la dejé de
lado. Luego, con la segunda novela, decidí retirarla de circulación porque
sentía que aún necesitaba pulir ciertos aspectos. En ese sentido, creo que no
solo he tenido poca suerte, sino que tampoco me he preocupado demasiado por
promoverlos.
En cambio, con los libros de crítica la experiencia ha sido
distinta, porque he trabajado con editoriales del sistema académico, las cuales
tienen sus propios requisitos y exigencias. Allí el proceso es más riguroso:
hay varias conversaciones con el editor para revisar cuestiones técnicas y el
nivel de exigencia es mayor. Sin embargo, el empuje personal del autor es
menor, porque es el propio circuito académico el que se encarga de darle
movimiento y respaldo a la publicación.
Anthony: ¿Ha tenido algún
acercamiento con el mercado literario norteamericano? ¿Ha podido observar su
funcionamiento?
Fernando: Bueno, el mercado literario
funciona con varias lógicas distintas. Por un lado, está el mercado pequeño que
se da en cada ciudad, donde suelen publicarse autores locales o quienes
financian su propia obra. Luego están las editoriales con cierta reputación
regional, que podríamos llamar independientes. Estas trabajan con escritores
importantes y tienen un negocio ya establecido, aunque su vínculo con la prensa
y los medios de comunicación no es tan fuerte. Y, finalmente, están las grandes
corporaciones editoriales, que son prácticamente las mismas en Europa, España y
América Latina. Ellas mantienen relaciones con fundaciones y bibliotecas, y
forman parte de un sistema más amplio que incluye críticos literarios y un
marketing mucho más robusto. Sin embargo, ese nivel de proyección solo se
alcanza plenamente cuando se publica en inglés.
Sebastián: ¿Cuándo decide convertirse en escritor?
Fernando: No hay una experiencia única o
marcada. Generalmente, los escritores tienden a construir un origen, pero eso
tiene mucho de ficción. Por ejemplo, hay un artículo crítico sobre Arguedas que
muestra cómo él, en determinado momento, empieza a construir su biografía,
señalando momentos de su carrera que antes ni siquiera había mencionado. En mi
caso, sé que hubo una época en la que comencé a interesarme más por la
escritura, estudiando todavía ingenierías. Al principio intenté bosquejar algo
y, cuando descubrí que podía tener un mínimo de calidad para ser leído por
otros, empecé a compartir mis textos con un amigo. Poco a poco, ese ejercicio
fue despertando en mí un verdadero interés por escribir. Más adelante me animé
a estudiar literatura, porque sentía que necesitaba una formación más
sistemática, ya que yo venía de estudiar ingenierías y computación. Además, la
idea de estudiar una carrera universitaria para ser escritor es algo
relativamente reciente en nuestro medio. Antes, los escritores solían formarse
en grupos literarios, en espacios de diálogo y práctica colectiva más que en
instituciones académicas.
Anthony: ¿Recuerda algunos
comentarios de su familia cuando decidió estudiar Literatura?
Fernando: En realidad, yo no les dije nada.
Durante un año mantuve oculto que estaba estudiando literatura. Cuando
finalmente se enteraron, hubo una pequeña discusión familiar. Sin embargo, con
el tiempo comprendieron que ese era mi camino y terminaron aceptándolo y
apoyándome.
Anthony: ¿Cómo fue su experiencia en el grupo Claraboya? ¿En quiénes se inspiraron para formarlo?
Fernando: Los grupos literarios fueron y
siguen siendo fundamentales, porque es allí donde uno realmente se forma. La
manera de leer para comentar un texto es muy distinta a la manera de leer para
aprender a escribir, y ese intercambio era invaluable. En esa época muchos
grupos se conformaban con el objetivo de publicar una revista, ya que era muy
difícil publicar algo individualmente, es decir, enviar un texto y que alguien
más te lo publique. En nuestro caso, el grupo se formó en torno a la revista Claraboya, que fue fundada
principalmente por Abraham Sugimoto, Juan Pablo Heredia y Goyo Torres. Con el
tiempo se fueron sumando más personas, hasta que se volvió un grupo de amigos
unidos por la escritura. Lo que nos distinguía de otros colectivos es que la
mayoría éramos narradores, y esto marcó una diferencia. Compartíamos nuestros
textos, nos leíamos y nos criticábamos entre todos. Con los años también se
incorporaron poetas, aunque poco a poco el grupo fue disgregándose. Yo me distancié
del grupo cuando me mudé a Lima.
Hoy en día, creo que las redes sociales han transformado la
conversación literaria: han cambiado los formatos de encuentro y, además, en
ciudades grandes como Lima, los distintos grupos e intereses conviven, pero
rara vez se cruzan entre sí.
Sebastián: ¿Cuáles son los maestros
literarios que influyen en su narrativa?
Fernando: Los escritores que siempre me han
acompañado son Onetti, Cortázar, Raymond Carver, Hemingway, Marguerite Duras, Italo
Calvino, Borges y Sebald. Pero hay que señalar que las influencias se dan de
distinta manera. Hay escritores que influyen en cómo concibe uno el cuento, la
novela, la crónica o algún género, hay otros que influyen en la elaboración de
la trama, de lo que se va a narrar, y otros de los que uno aprende cosas más
concretas, como por ejemplo, cómo organizar un diálogo o una forma particular
del indirecto libre. Por lo general, este es un aprendizaje inconsciente, al
menos a mí me ocurrió así, solo mucho tiempo después de haber empezado a
escribir logré tener conciencia de los mecanismos de escritura. Y, claro,
también hay escritores que influyen en todo, y resulta que un escritor o
escritora joven, incluso a pesar de sí mismos, resultan siendo un clon de
alguien más. Un o una clon de Borges o García Márquez o Bolaño o Marguerite
Duras, pero todo clon es malo, al menos en literatura. La buena copia es la que
no se detecta. También debo decir que me he sentido siempre inclinado a leer
cierto tipo de cuento norteamericano, y eso debe haber marcado mi manera de
escribir. Aunque las influencias van cambiando con el tiempo y si uno es
consciente de ellas las puede usar estratégicamente. Por ejemplo, cuando
trabajé en El Dios del silencio (2023), recurría a Carver para
encontrar el tono, aunque ya desde muchos años antes me sentía seguro de lo que
quería hacer en el cuento. En cambio, con Barcos
de arena (1994) había una
inseguridad que, creo, me hacía filtrar inconscientemente todas mis lecturas;
sin embargo, aún así ese libro me parece bastante uniforme.
Anthony: ¿Tiene algún otro referente
en la música, el teatro o el cine?
Fernando: Sí, en algún tiempo estuve muy
ligado a los podcasts y a la música con letras poéticas, como las de Andrés
Calamaro. También me gusta mucho el rock de los sesenta y setenta. A veces
recurro a ciertos cantantes de corte poético para trabajar la frase, para
observar cómo la música logra parafrasear algo de una manera distinta a la
literatura. Eso me sirve, porque a veces uno puede saturarse de tantas páginas
y palabras. En cuanto al cine, siempre me ha atraído el manejo del espacio.
Creo que nuestra época es más visual, y por eso un escritor que trabaja solo la
oralidad suele tener problemas para conectar, salvo que tenga la capacidad de
crear espacios, de construir imágenes que no se limiten a contar una historia o
a quedarse en la belleza de la frase, sino que te permiten «mirar» lo narrado.
Por eso me gustan las películas que trabajan el cine de manera lenta, con
encuadres fijos, que de algún modo te obligan a leer el espacio.
Sebastián: ¿Cuál es su estilo para escribir ficción?
Fernando: Creo que sigo, en parte, más que el
estilo, cierta concepción de Borges de la narrativa que me llegó a través de
Piglia, porque para Borges la literatura es un hecho de la mente. A menudo se
le percibe como un escritor demasiado racional, como si llevara ideas ya
elaboradas a la literatura, pero lo que realmente hacía era razonar a través de
la narrativa. Para mí, la novela no es simplemente contar una historia: es
poner, además, algo en discusión, reflexionar narrativamente. Es también
invitar al lector a pensar de manera lúdica, y eso es lo que intento hacer en
mi escritura. En cambio, el cuento lo concibo como una exploración de la vida
en sus dificultades y paradojas. Allí no me preocupo porque haya un juego
intelectual como en la novela, sino un acercamiento más directo a la
experiencia humana. Pero, claro, también, el juego intelectual es parte de la
experiencia humana.
Anthony: ¿Siente que su faceta como investigador ha influido en su fase creativa?
Fernando: Sí, creo que hay una influencia mutua
inevitable. De hecho, me he dado cuenta de que no habría podido realizar mi
trabajo como crítico sin la experiencia previa de ser escritor. Siempre me
consideré débil en el trabajo académico, pero encontré formas de reforzarlo con
la experiencia de la escritura creativa. Por ejemplo, nunca he trabajado con
hipótesis estrictas, pero sí con ideas que son una imagen. Del mismo modo que
cuando escribo un cuento parto de una imagen, así, al escribir un artículo o un
libro académico también parto de una imagen que funciona como núcleo de la
reflexión. En ese sentido, ciertos mecanismos de la ficción los he trasladado
directamente a la crítica literaria y la reflexión teórica. Una gran ayuda en
este proceso fue haber trabajado con Ricardo Piglia. La gran lección que me
dejó es que se puede reflexionar sobre la literatura, la vida o la filosofía
desde la escritura de la ficción, porque narrar es una forma de pensar. Él
decía que todo puede ponerse en relato, porque el relato es un medio capaz de
comunicarlo todo. Claro, un ensayo puede ser más económico y sistemático, pero
en esencia, lo que presenta, también se puede narrar. Para quienes seguimos sus
cursos, fue muy influyente su idea de hacer crítica desde la experiencia del
escritor. Piglia nos enseñaba que podíamos escribir crítica pensando como
narradores, y eso fue exactamente lo que él mismo practicó.
Anthony: ¿Cómo percibe la investigación literaria en el Perú?
Fernando: Cada cierto tiempo aparecen grandes
trabajos, pero podría hacerse mucho más. Hay dos factores importantísimos que influyen
en que no se dé así. El primero tiene que ver con la dinámica del sistema
universitario. En el Perú, la mayoría de docentes debe tener dos o tres
trabajos para subsistir, y eso impide dedicarle el tiempo necesario a la
investigación. Y la investigación exige justamente eso: dedicación plena. Por
eso, aquí suele hacerse más lenta o apurada y, muchas veces, sin los recursos
necesarios para avanzar como corresponde. El segundo factor está relacionado
con esos recursos: hay muy pocos, tanto materiales como económicos. A esto se
suma que, desde los años ochenta, hubo una gran migración de profesores y sobre
todo estudiantes de posgrado hacia Estados Unidos y otros países debido a los
problemas económicos del país. Esto afectó el desarrollo y la calidad de la
investigación académica, justo en el momento cuando empezaba a especializarse
más. Pero este fue un fenómeno que se manifestó en toda Latinoamérica.
Sebastián: ¿Cuáles son los temas de investigación en los que usted se ha abocado?
¿Qué nos podría comentar sobre ellos?
Fernando: Mi práctica como escritor de
ficción influyó mucho en mi labor crítica, porque asumí la ficción como un
espacio de libertad para escribir sobre lo que más me cuestionaba, y trasladé
esa misma inquietud a la investigación literaria. Eso me llevó a mantenerme un
poco al margen de las grandes agendas de investigación que suelen marcar los
sistemas académicos cada cierto tiempo. Por ejemplo, mi libro sobre Arguedas es
bastante atípico: no encaja en las agendas de la crítica literaria y los
estudios culturales. Algo similar ocurre con El cuerpo anudado (2025),
un libro a medio camino entre la filosofía y la teoría social que tampoco
responde a estas agendas. Allí partí de una pregunta muy concreta y de dos
imágenes al trabajar el tema de la violencia en el Perú. La pregunta fue «¿por
qué hubo tantas violaciones de mujeres durante ese periodo?», y las imágenes
fueron la del pongo y la cautiva. Esto me llevó a desarrollar una reflexión
teórica y filosófica.
Ahora estoy trabajando en un libro
que probablemente salga a fin de año, titulado Los nudos de la escritura. Está dirigido a la crítica literaria y propongo
nuevas categorías para analizar la producción discursiva. Es un proyecto
vinculado al análisis del discurso, a la escritura de la memoria y a las
características particulares de la escritura en el Perú. Todo el libro se
inspira en los quipus incaicos como modelo e imagen para pensar la violencia política
desde otra perspectiva.
Anthony: Para usted, ¿cuál
sería la novela u obra más rescatable que trate sobre la violencia peruana?
Fernando: A mí lo que me interesa son los
relatos en general, de cualquier tipo, aunque el relato literario es el que más
he trabajado y el que mejor conozco. Me resulta muy difícil señalar una sola
obra como la más representativa de la violencia peruana, porque implicaría
establecer una escala de lo más valioso y lo menos valioso en torno a un
acontecimiento tan sangriento. Hay varias obras que me han impactado, y
justamente por eso me parece complicado quedarme únicamente con una.
Anthony: ¿Hay alguna propuesta dentro de la narrativa o la poesía peruana que le
entusiasme?
Fernando: Les confieso que, cuando algo se
pone de moda, suele dejar de interesarme. Por ejemplo, me demoré mucho en leer
a Bolaño justamente porque se volvió tan famoso. Lo que suelo hacer, más bien,
es pedir recomendaciones a personas de confianza sobre lo que debería leer,
porque es imposible abarcarlo todo. Esa es mi manera de acercarme a la
literatura: a partir de consejos y lecturas sugeridas.
Anthony: ¿Actualmente se encuentra escribiendo más cuentos o alguna novela donde
incluya más elementos autobiográficos?
Fernando: Sí, estoy trabajando en un
proyecto. No puedo mencionarles muchos detalles, pero está ambientado en
Mollendo y tiene que ver con viajes y traslados. De hecho, mi cuento El Dios del silencio es el que más se
acerca a mi experiencia del traslado. Creo que tuve la fortuna de haber salido
de Mollendo con una perspectiva del mundo que no ha cambiado en lo fundamental,
sino que se ha ido enriqueciendo. Por eso siempre trato de volver a Mollendo. El
libro, del mismo nombre de este cuento, lo escribí durante la pandemia en Nueva
Orleans, que es donde vivo. Y, aunque el tema central podría ser la migración,
me di cuenta de que algo de la pandemia se filtró en los textos. Sin embargo,
lo que más me interesa allí no es tanto la figura del inmigrante, sino la del
viajero.
Sebastián: ¿Qué se encuentra leyendo actualmente?
Fernando: Ahora estoy leyendo In the Distance del escritor argentino,
Hernán Díaz. También El año del viento
de Karina Pacheco. Y, como siempre, en paralelo leo artículos de filosofía,
literatura o estudios culturales.
Sebastián: ¿Qué consejos les daría a
las personas interesadas en la literatura?
Fernando: Repetiría lo que solía decir
Cortázar: leer mucho, escribir mucho y observar mucho. Pero además añadiría
algo que me parece importante: cada escritor debe encontrar su propio modo de
escribir. Eso implica dejar de lado los consejos rígidos, como la idea de que
hay que vivir intensamente o escribir necesariamente ocho horas al día. Lo
esencial es descubrir cuál es la forma de escribir que mejor se acomode a uno:
tus horarios, las condiciones bajo las cuales mejor escribes, aunque vaya en
contra de todos los decálogos para escritores. Cada persona es distinta, y lo
importante es dedicar el mejor tiempo del día o de la semana a este
trabajo. Porque escribir no es un
pasatiempo. Si se quiere tener un buen resultado, se debe dar el mejor
esfuerzo.
*Fernando
Rivera (Mollendo, 1965). Escritor, crítico y docente
universitario. Realizó estudios de Literatura y Lingüística en la Universidad
Nacional de San Agustín y completó una maestría en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos. Posteriormente, hizo un doctorado en la Universidad de
Princeton; ha publicado los libros de cuentos Barcos de arena (Lluvia
editores, 1994) y El dios del silencio (Aletheya, 2024); así como las
novelas Invencible como tu figura (Ciencias Humanas, San Marcos, 2005) y
Ustedes que jamás vieron mi muerte (Aletheya, 2025, versión definitiva).
Actualmente enseña literatura latinoamericana en Tulane University (Estados
Unidos).

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