ENTREVISTA A CRONWELL JARA
CRONWELL JARA: «HAY QUIENES QUIEREN SER ESCRITORES SOLO PORQUE TIENEN DINERO PARA PUBLICAR UN LIBRO, Y LO HACEN CREYÉNDOSE CULTOS, CONVENCIDOS DE QUE SABEN ESCRIBIR. PERO LO CIERTO ES QUE NO BASTA CON ESCRIBIR BIEN PARA HACER UNA BUENA NOVELA O UN BUEN CUENTO. SE NECESITA ALGO QUE LA MAYORÍA DE LOS ESCRITORES NO USA: LA RAZÓN DEL CORAZÓN».
Uno de los grandes representantes de la literatura peruana del siglo pasado, Cronwell Jara Jiménez* es, sin lugar a dudas, un cuentista y novelista que todo lector debe conocer. Autor de obras que son considerados clásicos nacionales como Montacerdos, Patíbulo para un caballo o Las huellas del puma, ha dedicado gran parte de su vida a la dirección de talleres literarios y la docencia. A continuación, presentamos la conversación que Anthony Valdivia y Sebastián Alva de El Hacedor tuvieron con él.
Sebastián: ¿Qué cambios ha percibido en su forma de concebir
su labor como escritor a lo largo de los años? Después de su larga trayectoria,
¿cuál sería su decálogo del buen escritor?
Cronwell Jara: Tengo varios decálogos, como los del buen escritor y del
buen cuentista. Me encantan, porque muchos de ellos están hechos para burlarse
de uno mismo, del lector o de los escritores, ya que en la literatura abunda la
falsedad. Hay quienes quieren ser escritores solo porque tienen dinero para
publicar un libro, y lo hacen creyéndose cultos, convencidos de que saben
escribir. Pero lo cierto es que no basta con escribir bien para hacer una buena
novela o un buen cuento. Se necesita algo que la mayoría de los escritores no
usa: la razón del corazón. Muchos se apoyan únicamente en su talento y en su
inteligencia, pero dejan de lado esa sensibilidad que suele estar menospreciada
y que, sin embargo, es lo más importante en la vida.
Sin las pasiones no somos
verdaderamente humanos, y sin ellas tampoco hay amor: amor por los hijos, la
familia, la cultura, el conocimiento, los amigos, los libros. Los escritores,
entonces, estamos hechos de arrebatos y pasiones. Ahí están Cervantes, Shakespeare,
Homero, Virgilio, Dostoievski, Chéjov, Hemingway... Este último tan apasionado
que su vida terminó en suicidio. Porque la pasión, aunque necesaria, también
debe tener sus límites para no perder la cordura.
Los escritores amamos la locura. Yo,
por ejemplo, quisiera ser el loco de todas las artes, como lo fue Picasso, o
como Vallejo, que se atrevió a escribir Trilce.
Ese tipo de locura creativa la deseamos para todos. En ese sentido, sí hay
jóvenes, adultos o ancianos que quieren escribir y se sienten mal porque no
tienen posibilidades; pero sí tienen pasión, entonces los necesitamos. Muchas
veces ellos son los más incomprendidos, los que sufren bullying, los acusados de locos o de torpes. Miremos a Hans Christian
Andersen: cantaba muy mal, aunque soñaba con ser cantante lírico; también quiso
ser actor, pero era pésimo. Así que solo le quedó escribir cuentos para niños y
le salieron geniales, incluso mejores que los de García Márquez o Borges. El
público lo adoró, y él descubrió que sí tenía talento. Además, lo acusaban de
loco, y aun así los niños lo aplaudían. Y es ese tipo de escritor, el que
escribe desde la pasión y la locura, el que queda en la historia de la
literatura.
El artista, por ser distinto y
dedicarse a la lectura, muchas veces es mal visto. Pero, paradójicamente, son
ellos los verdaderos genios. Dicen que Einstein no se bañaba por estar absorto
en sus fórmulas matemáticas. Era un genio entregado al cien por ciento. Nosotros
no aspiramos a ser como él, porque nuestro camino es otro: queremos ser buenos
poetas y escritores. Pero para esto también necesitamos una dosis de locura, la
locura de vivir, de compartir, de mezclarnos con las personas en ferias,
culturas, identidades, idiomas. No queremos que nos impongan religiones ajenas
o iglesias extrañas a nuestro Tahuantinsuyo, ni que nos obliguen a hablar otros
idiomas que no nacen de nuestra historia. Como escritores, adoramos los libros
y las ferias, y por eso soñamos con alcaldes que promuevan no solo marchas
políticas, sino marchas populares de niños que avancen con libros en la mano.
No queremos protestas vacías, sino movilizaciones que apoyen la lectura, la
cultura, el arte. Queremos una sociedad que marche al ritmo de las palabras, no
de la violencia.
Anthony: Nos gustaría saber cómo ha sido su experiencia
publicando sus libros y la relación con sus editores.
Cronwell Jara: Tuve la suerte —o quizás el extraño destino— de que Manuel
Scorza no publicara mi libro Patíbulo
para un caballo. Él me buscaba por Montacerdos, ese personaje que lo
intrigó tanto que quiso conocerme personalmente. Pero yo, en ese entonces, era
muy tímido y me negué a verlo. Tiempo después, nos encontramos por casualidad
en la Feria del Libro Ricardo Palma. Me reconoció y se me acercó con calidez.
Me preguntó qué estaba escribiendo, qué estaba publicando, que quería ayudarme
y hacerme conocido en toda Latinoamérica. En ese momento yo tenía terminado Patíbulo para un caballo, y cuando se lo
mencioné, me dijo que iría a Europa a recoger sus derechos de autor y que, al
regresar, lo publicaría. Pero su avión nunca llegó. Se estrelló en el viaje de
regreso. Dicen que fue un sabotaje, porque en ese vuelo viajaban varios de los
mejores artistas e intelectuales de Latinoamérica.
A algunos, como Mario Vargas Llosa,
el accidente incluso les favoreció. Scorza lo incomodaba, lo perseguía
intelectualmente. Su voz crítica se apagó ese día, y con ella se fue una
oportunidad que nunca volvió. Después de aquel suceso trágico con Manuel
Scorza, me quedé con Patíbulo para un
caballo sin publicar. A nadie le interesó. Durante un tiempo, el libro
quedó relegado, como si el destino hubiese cerrado esa puerta para siempre.
Pero apareció otro visionario interesado en mi obra, cuando formé parte de un
grupo de narrativa que habíamos creado junto a Mario Choy Novoa y Siu Kam Wen,
quien, por cierto, hablaba pequinés, mandarín, inglés y francés. Yo, en ese
grupo, seguía siendo el más tímido.
Mario Choy, que dominaba muy bien el
inglés, traducía las teorías literarias y técnicas de Joyce. Luego, Siu Kam Wen
imponía su vasto conocimiento y su cultura china. Nos reíamos porque, a pesar
de su sabiduría, era yo quien ganaba los premios y ellos no. Un día nos llamó
Abelardo Oquendo, quien era parte de la mejor editorial de Lima. Buscaba publicar
nuevos autores, así que Mario Choy llevó su libro con veinte cuentos inéditos.
Yo los leí: eran magistrales. Sin embargo, el editor le pidió veinte días para
evaluarlos y, al devolverle la respuesta, le dijo que aún estaban «crudos». A
mí me parecieron excepcionales.
Luego, Mario recomendó a su amigo
Siu Kam Wen, que presentó sus cuentos sobre la comunidad china en el Perú.
Quince días después, también fue rechazado. Fue entonces cuando me recomendó a
mí. Fui con Patíbulo para un caballo,
que aún necesitaba correcciones, pero me lo aceptaron. No podía creerlo. El
mismo Abelardo Oquendo lo editó y lo mejoró muchísimo. Cuando lo releí, entendí
por primera vez lo que significaba una verdadera corrección de estilo. Sin
embargo, quedó una espina: no se publicó el prólogo que yo quería, escrito por
Alfredo Quintanilla, quien había hecho una tesis brillante sobre mi libro.
Sebastián: ¿Cuál sería el momento que para usted marca su
trayectoria como escritor?
Cronwell Jara: Me di cuenta de que había empezado a ser escritor el día en
que me recibieron entre 50 u 80 chicos con pancartas y flores. Fue un momento
inolvidable. Como testigos estaban mi sobrino y también Jorge Kishimoto, uno de los
presentadores de mi libro, Fil Vallejo. Moriré en París. Jorge es un gran conocedor de la obra de César
Vallejo, tiene todos sus libros originales y sabe bien que mi novela está
inspirada en la vida del propio Vallejo.
Recuerdo que ese día habló muy bien de mi libro. Pero también se lamentó de algo: dijo que el problema era que yo era peruano. Según él, si yo hubiera vivido en México o en Europa, ya estaría lleno de plata gracias a mi novela. Pero que como había publicado en el Perú, pocos se interesan en mis libros.
Anthony: ¿Qué nos podría comentar de su larga experiencia
como tallerista de cuento? ¿Qué enseñanzas le ha dejado?
Cronwell Jara: Yo era muy tímido, y fueron mis amigos quienes me motivaron.
Un día, casi a la fuerza, me llevaron y me hicieron dar un taller improvisado.
Así fue como empecé con los talleres, porque antes solo los hacía en
cafeterías, entre amigos, sin mayor pretensión.
Desde ese día, todo cambió. Empecé a
ganar algo de dinero, porque en ese tiempo yo andaba bien misio. Luego vinieron más invitaciones. Me llamaron para hacer
talleres en universidades, escuelas, ministerios e institutos pedagógicos de
Ica, Puno, Cusco, Arequipa y Trujillo.
Anthony: ¿Creo que usted fue a Cuba?
Cronwell Jara: Viajé a Cuba dos veces y, en una de esas ocasiones, conocí a
Fidel Castro. Curiosamente no hablamos de política. En Cuba son muy cuidadosos
con ese tema: no discuten asuntos políticos con sus invitados porque no quieren
influenciarte ni que termines convirtiéndote en guerrillero. Son personas muy
cultas, y las conversaciones giran más bien en torno a la literatura, el cine,
la pintura y la música.
Recuerdo que asistí a una reunión
donde él estaba presente y, por coincidencia, se sentó a mi lado. Todos querían
hacerle preguntas políticas, lo que lo hacía sentir visiblemente incómodo. Yo,
en cambio, le pregunté si alguna vez se había peleado con Gabriel García
Márquez. Se sorprendió con la pregunta y desde ese momento comenzamos a
tratarnos con simpatía. Le agradó que no lo presionara con temas políticos. A
partir de entonces, conversábamos con frecuencia. Recuerdo que una vez hablamos
desde las nueve de la noche hasta las cuatro de la madrugada sobre diversos
temas: la batalla de Junín, la revolución, la batalla de Ayacucho, entre otros.
Era un hombre con una memoria increíble y un gran interés por la historia. Yo
no podía creer que había logrado entablar una buena amistad con Fidel Castro,
ya que él era muy famoso y muy adorado por todos, y yo me consideraba muy
tímido.
Recuerdo que un día me choqué con
Borges, cuando llegó al Perú y dio una conferencia en el paraninfo de la
Universidad Católica. Yo estaba en clases cuando nos avisaron que él había
llegado, así que salí corriendo con mis amigos. Al llegar a la puerta, un
guachimán nos informó que ya no había cupos para entrar. Pero mis amigos me
empujaron, y como todos empezamos a avanzar en grupo, logramos pasar. Al abrir
la otra puerta, me choqué pecho a pecho con Borges. Le pedí perdón de
inmediato, sorprendido y avergonzado. Pero él no reaccionó mal. Al contrario,
entendió que éramos estudiantes entusiasmados por verlo, y nos invitó a
sentarnos. Fue un gesto generoso que nunca olvidaré.
Sebastián: ¿Cuáles son sus maestros literarios, artísticos o
cinematográficos?
Cronwell Jara: Leo más poesía que narrativa, y uno de mis referentes es
François Villon, porque tiene una forma y un lenguaje que me recuerdan mucho a
Vallejo. Hasta ahora, nadie lo ha estudiado como el Vallejo de su época. Luego,
me sorprendieron el conde de Lautréamont y Rainer Maria Rilke. También me
impactó María Emilia Cornejo, una auténtica creadora de la poesía femenina.
Ella tenía la misma edad que yo.
En cuanto a Joyce, nunca me gustó.
Lo encuentro pobre, no me dice nada. Reconozco, eso sí, que fue el primero en
aplicar una técnica literaria en la que se acumulan tiempos y espacios. Pero,
para mí, sus escritos no ofrecen un verdadero conocimiento del mundo ni de la
vida. Algo similar me pasa con Rayuela (1963) de Cortázar, siento que se
queda mucho en el artificio literario, sin profundizar en lo que realmente
importa.
Anthony: De acuerdo a su experiencia de vida, ¿cuáles son
sus percepciones en cuanto a la literatura peruana actual?
Cronwell Jara: Siento que hoy en día se ha convertido en una voz común y
repetida por todos lados: ahora abundan los poetas y cuentistas, y muchos dicen
que las grandes novelas ya no se venden, que es mejor optar por la brevedad.
Pero esto es solo una estrategia comercial, una reacción al negocio editorial.
Si escribes porque tienes la
necesidad de crear una novela de cinco mil páginas, entonces debes hacerlo,
siempre y cuando esa novela tenga calidad. Lo que realmente mata a una obra no
es la cantidad, sino la falta de calidad. En la época de Vallejo también había
muchos poetas y narradores a su alrededor, pero con el tiempo todos se
desintegraron, desaparecieron de la nada, y lo que perdura es el talento
auténtico. Lo mismo pasó con figuras como Oquendo de Amat, Feliciano Padilla
Chalco, Omar Aramayo y César Moro.
Anthony: Gamaliel Churata también
Cronwell Jara: Él no me cae tan bien, porque no lo entiendo. Siento que
está sobrevalorado y que sus escritos son fragmentos que se recomponen,
intentando hacer de él una eminencia. Hay críticos que consideran a Churata una
falsedad, una quimera, porque no lo ven como un gran creador.
Sebastián: ¿Tiene alguna rutina para escribir?
Cronwell Jara: Yo escribo cuando me nace hacerlo, es decir, a cualquier
hora. Por ejemplo, hoy me levanté con ganas de descansar y no escribí.
Anthony: ¿Cómo construye sus historias?
Cronwell Jara: Yo construyo mis historias cuando hay detrás toda una
montaña de información sobre un fenómeno que me interesa y del cual podría
hablar. Por ejemplo, el fenómeno de la lucha por la independencia con todos los
personajes involucrados. Este tema me pareció fascinante, así que leí todas las
biografías posibles a mi alcance, como las de Bolívar y San Martín, y también
las cartas entre ellos. Mi interés se acrecentó aún más cuando descubrí que
había un mundo al revés, donde Pancho
Fierro presenta una crítica a la sociedad de la época. Según él, no se
había logrado una verdadera independencia, sino que solo se había cambiado de
autoridades; los hacendados pasaron a mandar a los españoles para seguir
manteniendo a los esclavos. Pancho Fierro se dio cuenta de que lo que se hizo
no sirvió.
Todo esto me llamó la atención, pero
me costó enfrentarme a escribirlo, porque hacer una novela es una lucha
titánica. Tienes que imponer a los personajes para que cada uno tenga su
personalidad y su identidad. Y ahora que lo pienso, no sé por qué me metí a
escribirlo, pero creo que llegó al final con éxito.
Sebastián: En su vasta experiencia, ¿qué consejo le daría
usted a aquellos que están interesados en la literatura?
Cronwell Jara: Estoy en contra de aquellos que dicen que la literatura es
una mentira, como afirman Cervantes, Lope de Vega y los griegos. Pero yo creo
que detrás de la mentira siempre hay una maldad o un propósito oscuro para
engañar a los demás, y eso no es lo que hago. Por eso, estoy a favor de la idea
de que la literatura es una ficción muy bella que busca emparentarse con la
realidad, de tal manera que cuando describo la realidad, intento hacer que se
parezca a una ficción. Quiero que el lector piense que está leyendo una
ficción, pero en realidad es la misma realidad.
Sebastián: Y ya para culminar, coméntenos, ¿qué se encuentra
leyendo actualmente? ¿Y qué opina de dicha lectura?
Cronwell Jara: Estoy tratando de recopilar todos los datos biográficos y
releer las obras de Vallejo que escribió en París, centrándome en aspectos como
las calles, las comidas, los gustos, y las conversaciones que se dieron entre
músicos y escultores que se encontraron con él. También me interesa explorar
las conversaciones que escuchó sobre el dadaísmo y el surrealismo, corrientes
con las que él estaba en contra. Además, estoy investigando sobre sus viajes,
sus encuentros con otros escritores y su relación con la Guerra Civil Española.
Todo esto sobre Vallejo me está llamando mucho la atención, y mi propósito es
recopilarlo de manera detallada. De hecho, ya he comenzado con el proyecto
sobre el sepelio de Vallejo y estoy muy contento con los avances, siempre desde
una visión cinematográfica.
*Cronwell Jara (Piura, 1949) es
licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
(UMSM). Representó al Perú en el Encuentro de Jóvenes Artistas
Latinoamericanos, organizado por La Casa de las Américas (La Habana, 1983). En
1987 viajó a Brasil para especializarse en guiones de telenovelas. En 1991
integró el jurado del Premio Casa de las Américas en novela. Participó en el
Simposium Literatura Peruana Hoy (Alemania, 1994), donde presentó la ponencia
Visión de la violencia en dos novelas peruanas. Sus cuentos han sido traducidos
al inglés, italiano, francés, alemán y sueco, e integran antologías en esos
idiomas. Se ha hecho merecedor del Premio de Cuento en el Concurso
José María Arguedas, organizado por el Instituto Peruano-Japonés (1979);
del Premio Enrad-Perú, Cuentos para TV (1979); del Premio de la III Bienal
de Cuentos para Niños (2008), organizado por el ICPNA y Editorial
Santillana; y del Premio Casa de la Literatura Peruana 2019.
Comentarios
Publicar un comentario